miércoles, 7 de agosto de 2013

En un lugar de Zamora...

...de cuyo nombre no quiero acordarme, he vivido este fin de semana una de esas experiencias tan asombrosas y gratificantes que uno siente que no se borrarán jamás de su retina o que, al menos, tardarán en hacerlo. 
Todo comenzó el sábado por la mañana, cuando me encontraba (junto a Pilar y Pepe) en plena observación de una zona de gran riqueza paisajistica y faunística de la provincia de Zamora. Los ciervos, corzos y algún que otro milano campaban a sus anchas cuando apareció él, tan elegante y majestuoso como siempre. ¡Allí estaba! El lobo. Y estaba junto a un ciervo de grandes dimensiones, lo que nos produjo un nivel aún mayor de excitación. Pronto nos dimos cuenta de lo que estaba sucediendo. El lobo se acercaba al ciervo y volvía a alejarse, intentaba buscarle los flancos, la parte trasera, lo rodeaba... Se les notaba cansados a ambos, muy cansados. Tanto que, el lobo, jadeante, se retiró unos metros y se tumbó entre unos brezos a descansar. El ciervo no podía más, daba unos pasos y se volvía a parar, se notaba que le costaba avanzar. El lobo volvió a levantarse y nos obsequió con una de esas imágenes impactantes de las que os hablo. Se paró frente al ciervo y así, cara a cara, frente a frente, estuvieron durante unos pocos minutos, quizá nada más uno, pero que a nosostros se nos hicieron interminables. Todos estábamos en silencio, con la sangre helada en las venas. El lobo, poco después, volvió a retirarse a los brezos y se tumbó, desapareciendo de nuestra vista.
Ciervo y lobo, mirándose frente a frente.
Tras un corto lapso de tiempo, un segundo lobo apareció por el flanco contrario. En ese momento el ciervo pareció recobrar algo de fuerza y el primer lobo volvió a la carga. Entre los dos, lo fueron azuzando y lo condujeron y persiguieron pendiente abajo. El ciervo coceaba, alguna de sus patadas alcanzó a uno de los lobos, se volvía de vez en cuando, intentaba hacerles frente. Así, con los dos lobos pegados tras él, llegó hasta los árboles que guardan el arroyo en el fondo del valle, momento en el que todos ellos, ciervo y lobos, desaparecieron de nuestra vista.
Ciervo corriendo pendiente abajo, con el lobo tras él.
 Nos miramos unos a otros y comenzamos a pensar y a elucubrar sobre lo que había pasado, sobre si los lobos acabarían con el ciervo, sobre lo grande que era... Pero la mañana había llegado a su punto de más calor y, de alguna manera, sabíamos que tendríamos que esperar la respuesta.
Lobo persiguiendo al ciervo.
Volvimos por la tarde, cuando el calor dejaba ya de apretar, y con la primera vista, comprendimos lo que había pasado. Sobre unas rocas cercanas, inmóviles pero majestuosos, imponentes en su porte, un grupo de buitres leonados y algún que otro buitre negro nos indicaban que el ciervo había sido derrotado. 
La tarde fue un ir y venir de buitres, cornejas, urracas, cuervos, e incluso un águila culebrera que se encontraba en las cercanías. Y cuando la tarde tocaba a su fin y anochecía los lobos volvieron a hacer su aparición en un claro cercano. El volumen de sus barrigas confirmaba que habían dado caza al ciervo. Estaban hartos de carne y no dudaron en tumbarse en el claro para hacer la digestión. 
Cuando cayó la noche y ya no se podía ver nada más, recogimos nuestras cosas y regresamos, prometiéndonos a nosotros mismos que estaríamos de nuevo allí con las primeras luces.
Y así, llegó el Domingo, pero eso amigos, será contado en la siguiente entrada. ¡Hasta pronto! 

(Las fotos de esta entrada no son de gran calidad, son meramente testimoniales. Motivo: estábamos situados a 1 km de distancia, desde un lugar en el que poder observar sin molestar, que es siempre nuestro primer y más importante objetivo)